Campesinos Pintores
Rodolfo Arellano canta mientras pinta. Se ubica con su silla de ruedas en una esquina de su casa, al lado de una ventana, donde la brisa del Gran Lago de Nicaragua refresca el calor y la humedad de esta mañana ardiente de finales de febrero en el archipiélago de Solentiname.
El caballete es improvisado: tres ramas secas donde descansa el lienzo que Arellano llena de colores. A sus 77 años es uno de los primeros pintores primitivas descubiertos por el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, cuando desembarcó en el archipiélago de Solentiname a mediados de la década del sesenta, buscándose a sí mismo y cargando sus ganas de renovar la fe católica.
Lo que encontró fue una comunidad de agricultores y pescadores con un gran potencial para la pintura y la artesanía. El impulso de Cardenal puso al archipiélago y sus habitantes en el mapa mundial, elevando a mito internacional la comunidad que fue, en su momento, una hermosa utopía religiosa, artística y revolucionaria.
Elba Jiménez es una anciana menuda, bajita, de pasito lento, tan frágil que uno tiene miedo de que se quiebre cuando se levanta del banco donde pinta. Elba es la esposa de Rodolfo Arellano y fue una de las primeras pintoras que “descubrió” el padre Cardenal, cuando vio los dibujos que plasmaba en guacales de jícaro. También fue ella quien alentó a su esposo para que se convirtiera en pintor. Lo cuenta con una voz tímida, una vocecita gastada por el tiempo, los pequeños ojos oscuros pero chispeantes fijos en un punto del horizonte, mientras se esfuerza por recordar aquellos días lejanos cuando el joven de sotana blanca le cambió la vida.
Pérez de la Rocha: “copiar la naturaleza”
Esas primeras expresiones artísticas intuitivas más tarde se convertirían en una técnica mundialmente famosa, cuando llegó a estas islas el pintor Róger Pérez de la Rocha. Fue un encuentro fantástico. El joven Pérez de la Rocha pasaba por un momento difícil de su vida y Solentiname fue su salvación. El maestro lo cuenta en su estudio de Managua, entre pinturas en proceso.
“Yo llego a Solentiname a raíz de una crisis nerviosa de juventud. Tuve un intento de suicidio, delirio de persecución. Gracias al poeta Pablo Antonio Cuadra y Dios, que me conectaron con Ernesto Cardenal, quien en esos días andaba por Managua. Ernesto me dio refugio, porque realmente estaba en peligro mi vida. Él me dio hospitalidad. Fue un hecho determinante en mi crecimiento como artista educarme a la sombra de Ernesto Cardenal. Fue mi guía en esos años de juventud”, explica Pérez de la Rocha.
Jeysell Madrigal Arellano, de 32 años, ya ha cumplido 14 años pintando. Lo hace también en su casa, unos metros alejada de la de Rodolfo y Elba, donde además cría a sus hijos, a quienes mantiene de la pintura.
Jeysell trabaja dando los retoques a un cuadro que muestra la vida salvaje de La Venada, con sus tapires, garzas, tigres, cusucos e iguanas viviendo libres en un ambiente lleno de verde y rodeado de agua.
“Desde pequeñita, cuando tenía nueve años, miraba pintar a mi mamá. Yo le decía que quería pintar, pero era muy difícil, porque no sabía combinar los colores. Pasé tres años intentándolo. No podía hacer la vegetación, una hoja no podía hacerla. Hasta lloré porque no podía pintar. Entonces me fui a estudiar la secundaria a Granada. Mi mamá se enfermó y yo me tuve que regresar, dejé de estudiar y me vine a Solentiname. Le dije: ‘mamá, quiero empezar a pintar’. Y a los quince años ella me enseñó y con mis abuelos seguí aprendiendo. Así fue que aprendí. Yo creo que esto nace con uno y no es para cualquiera”, explica Jeysell.
Aunque no ha tenido una relación directa con el padre Cardenal, Jeysell reconoce la importancia que ha tenido para desarrollar esta comunidad de pintores. “Todo mundo sabe que a través de él se fundó el arte aquí en Solentiname y el arte siempre continúa y no va a caer, porque ahora vienen nuestros hijos. A mí hija le gusta pintar y tiene cinco años”, dice.
Cada uno de estos pintores viven en las Islas del Archipiélago de Solentiname. A continuación les dejo la ubicación.
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